domingo, abril 09, 2017

Una enfermera en la OMS.

 La Organización Mundial de la Salud cumplía ayer 69 años, y por eso quizás sea un momento apropiado para contar como han sido los primeros meses de mi trabajo como ‘consultor’ en la unidad global de prevención y control de infecciones, en la sede de Ginebra.
Aunque quizás parezca un poco sorprendente, la OMS no contaba con una unidad dedicada específicamente a las infecciones nosocomiales y las diversas áreas relacionadas, aunque su labor en la higiene de manos, las infecciones perioperativas o el uso seguro de inyectables sea por todos conocida. Es a partir de la reciente respuesta a la pandemia de virus de Ébola que se considera necesario el establecer un grupo estable, internacional y multidisciplinar de profesionales expertos que lideren y faciliten campañas y acciones contra todo tipo de infecciones tradicionales y emergentes.
Así es que tras un encuentro fortuito con Benedetta Allegranzi, la gerente de dicho grupo, tengo la oportunidad de optar a un puesto de consultor para, entre otras tareas, liderar el desarrollo de uno de los módulos formativos avanzados integrados en las recién terminadas Competencias Fundamentales en Prevención y Control de Infecciones. Estaría a cargo del módulo ‘Liderazgo y Gestión’, para formar y capacitar a todas aquellas personas, principalmente en países de renta baja y media, desempeñando labores de punto focal (‘focal point’) nacional en control de infecciones. Además del contenido didáctico, también me encargaría de la implantación, monitorización y evaluación del módulo y su impacto, de colaborar en el desarrollo del módulo dedicado a uso prudente de antimicrobianos, y de ofrecer apoyo técnico a diferentes documentos relacionados con la ergonomía y la implementación de intervenciones y campañas. Al poco me daría cuenta de lo fácil que sería verme envuelto en otros proyectos, documentos, reuniones, etc…
Tras solventar no demasiadas trabas burocráticas y con el apoyo total de mi centro en Londres (Imperial College London) pude incorporarme a tiempo parcial en Enero de este año. La verdad es que una vez baje del autobús número 5 y empecé a caminar hacia el edificio, estaba algo nervioso. Aunque conocía a la mayoría de compañeros de otras actividades o congresos, el pensar en que estaba entrando en la OMS como trabajador seguía siendo un poco chocante para mí. También es cierto que todavía no me había acostumbrado a un mundo en francés, al trasiego constante entre Londres y Ginebra, las costumbres de una ciudad menos bulliciosa que Londres, etc. Desde enero por tanto ha sido un proceso continuo de aprendizaje y equivocaciones y satisfacciones y trabajo intenso, participando en reuniones, desarrollando guías de práctica clínica o documentos que pueden acabar dando forma a las políticas sanitarias de muchos países, con las implicaciones sociosanitarias (¡y presupuestarias!) que dicha adaptación conlleva. El aprendizaje acerca de la propia estructura de la OMS, y las diferentes culturas dentro de ella también ha sido muy esclarecedor, incluyendo el siempre difícil equilibrio entre los dictados de la evidencia, las limitaciones impuestas por la política y las realidades en cada país. Quizás ese sea uno de los escollos más difíciles de salvar, el proponer medidas o intervenciones que puedan (con mayor o menor esfuerzo) poder ser implementadas tanto en un país como en otro.
Gracias al contacto diario con docenas de expertos puedo saber de proyectos fantásticos en los que las enfermeras tienen un papel fundamental, liderando la atención sociosanitaria en países con condiciones durísimas. Y eso me llena de satisfacción, por qué no decirlo. Y me ofrece alguna perspectiva que quizás algún día escriba sobre lo provinciano de hablar acerca de ‘la mejor enfermería del mundo’. Aunque es otro sitio en el que no se estila el preguntar por la formación o empleos previos de los compañeros, trabajadores e interlocutores, no he encontrado demasiadas enfermeras (¡lo cual no ha de ser ni bueno ni malo, ojo!). Por otro lado, también es cierto que la preponderancia de profesionales médicos en muchas de las reuniones asegura que a veces sea algo difícil escapar de modelos algo tradicionales sobre la salud, la enfermedad, los servicios sanitarios, o el papel que las propias enfermeras, u otros trabajadores del equipo sociosanitario, pueden desempeñar. Supongo que es comprensible.
Por último, y al igual que en otros trabajos que he tenido, la sensación constante de que todos los puestos, formación, experiencia, habilidades, vivencias previas pueden en un momento determinado ser muy útiles para poder conversar, trabajar y negociar con personas de diferentes culturas, tradiciones y profesiones. Una lástima, quizás, que en general tendamos a valorar mucho más las destrezas ‘técnicas’ y no la capacidad de trabajar a caballo entre disciplinas, o niveles asistenciales, o pensando en cómo comunicarnos adecuadamente con enviados ministeriales o expertos técnicos. Por la oportunidad de seguir mejorando mis destrezas en estas áreas, sigo mirando el calendario con ilusión para ver cuando me toca volver a Ginebra.

Autor: Enrique Castro (@Castrocloud), una enfermera en la OMS

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