viernes, mayo 22, 2020

Lo que el coronavirus vino a decirnos


Frente a, quizás, la mayor crisis global de nuestra generación, todos nos preguntamos cuánto durará y qué impacto tendrá en muertes y en la economía. Las mayorías prefieren la cautela pese a argumentos como “la pobreza mata más que el virus”
Puede ser. Pero la culpa de la pobreza la tienen causas estructurales, no la cuarentena. Vivimos enojados con la pobreza, pero culturalmente predomina la oposición a la idea de la riqueza que se produce como fruto del trabajo.
Contrariamente, no hay condena firme a los que obscenamente, muestran riqueza hecha con actividades ilícitas, corrupción pública o “encontraron el curro, o un yeite”. Si creemos que vivir austeramente es mejor que vivir en la abundancia, deberíamos renunciar a ella y adaptarnos a sus límites materiales, y no consolidar una “nobleza” de funcionarios bajo amparo del poder o revolucionarios de pacotilla.
Al elegir alternativas debemos preguntarnos cómo superar la amenaza inmediata, y qué tipo de mundo habitaremos pasada la tormenta. La mayoría de nosotros que aún viva lo hará en un mundo diferente.
Para extinguir la epidemia la tasa de reproducción (RO) debe ser baja, y la única forma de lograrlo es el distanciamiento físico de la población general y el aislamiento de los infectados. Relajar esas medidas podría beneficiar la economía, pero a costa de muchas muertes prematuras.
El impacto económico será seguramente brutal. Muchas medidas de emergencia hoy se convertirán en elementos permanentes. Mas allá de los cambios que sobrevendrán cuando pase la crisis hay que ver lo que ella revela sobre el presente: muertes de los más débiles, sistemas de salud colapsados, economías paralizadas, hablan del mundo que hemos construido. La pandemia es un igualador social y prueba de ciudadanía en un país dividido e inequitativo que obliga a estar más unidos que nunca, para enfrentar el dilema de salvar vidas o la economía.
Lo que nos pasa no es fruto del azar o la mala suerte, sino del modo en que estamos viviendo. La crisis vino a decirnos cosas que nuestra petulante sociedad no quiso escuchar. Hemos esmerilado instituciones y presupuestos que sustentaban nuestras sociedades: confianza en la autoridad, credibilidad en lo público, previsibilidad de un trabajo decente, etc.
La crítica conservadora, o de algunos sectores de clase media, de que atención médica universal significa necesariamente menor calidad o racionamiento gubernamental, argumenta que en una economía libre cada uno debe poder elegir.
A medida que miles de personas choquen con hospitales que sacan cuentas sobre respiradores y camas necesarias para evitar el desborde, y los médicos se vean obligados a tomar decisiones sobre quién tendrá acceso a ellos, y quién recibirá solo cuidados paliativos, ese argumento se derrumbará.
Con cálculos tan desgarradores, aun países con atención universal han usado pautas para asignar recursos de salud escasos. El estado de la salud pública se ha convertido en problema de vida o muerte incluso para los más privilegiados. Cuando personas con déficits de acceso a servicios médicos, licencia paga o vivienda digna se enferman y no pueden ponerse en cuarentena, el virus se propaga más rápido a todos. Los atrapados o amontonados en hogares no apropiados no pueden practicar el distanciamiento social. Y la infección puede propagarse a través de personas que no hemos cuidado como sociedad.
Toleramos durante mucho tiempo un sistema de atención médica inequitativo, de resultados relativamente pobres para muchas personas y buena atención a los que están en la cima.
Para esos pocos afortunados, lo feo e injusto del sistema era problema de otros. Pero ahora los argentinos de todas las clases competirán por los mismos escasos recursos de salud. Es poco probable que su seguro premium lo haga ver más rápido en una sala de urgencias desbordante. Los hospitales se ven obligados a posponer tratamientos de cáncer y enfermedades cardíacas. Los más ricos pueden hallar soluciones alternativas; las celebridades hacerse más fácilmente el test, pero nadie está a salvo del virus hasta que todos lo estén.
La relación entre ciclo económico y salud pública no tiene respuestas fáciles, y la pandemia reactualiza el debate. Sí se sabe que se explica más por factores extraeconómicos (años de educación, etc.). Y para decepción de los deseos de inmortalidad de los ultramillonarios, el ingreso per cápita, tiene rendimientos decrecientes en la mejoría de la salud y expectativa de vida.
Desde hace varios años se ha tendido a valorar la elección individual sobre el bienestar colectivo. Ese consenso debería aniquilarse para siempre con la pandemia, que ha revelado que las inseguridades fundamentales de la vida de algunos son amenaza para todos, y que afortunadamente el valor de una sociedad solidaria está frenando a un virus, al cual debilidades biológicas y sociales, como la falta de solidaridad, hubieran favorecido. Margaret Thatcher predijo: “Solo hay hombres y mujeres individuales; no existe la sociedad”. ¿Será cierto? ¿O sufrirá el destino de Casandra, a quien Apolo castigó haciendo que nadie creyera sus profecías, el poder de ver el futuro, que él mismo le había concedido?

Autor: Rubén Torres es médico. Rector de la Universidad ISALUD.
Leído en Diario Clarín

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