En esta columna de opinión publicada por el diario La Nación, Mónica Aranda,
investigadora del Instituto de Ciencias Sociales de la Fundación UADE, analiza
cómo los países europeos encaran la discusión sobre las terapias innovadoras.
La cobertura de medicamentos de alto costo para todo paciente que los necesite
presenta el dilema de garantizar el acceso a una innovación rápida y equitativa,
y asegurar, al mismo tiempo, la supervivencia del sistema de salud. Se abre aquí
el interrogante del financiamiento futuro de esta dinámica sin dejar de lado que
el enfermo debe ser la prioridad. Un estudio de la Universidad de Oxford estima
que en el Reino Unido el gasto en medicamentos oncológicos creció a 5,6 mil
millones de libras durante la última década y que se disparará otro 50 por
ciento en los próximos 10 años. El debate sobre la necesidad de fondos para
garantizar la financiación de innovaciones farmacológicas es un tema ya
instalado a nivel internacional.
Varios países europeos han optado por someter los nuevos medicamentos a un doble
análisis: que el fármaco que ingrese al sistema mejore los protocolos de drogas
anteriores y que exista un marco regulatorio que pondere la relación
costo-efectividad.
En la Argentina no existe una regulación de precios y el mismo tratamiento es
significativamente más costoso aun comparándolo con países desarrollados como el
Reino Unido y España. En Cataluña, el Servicio Catalán de Salud (CatSalud)
propone el Contrato de Riesgo Compartido para aquellos medicamentos que
tienen eficacia con incertidumbre. Suecia, Italia y el Reino Unido son algunos
de los países que han establecido limitaciones basadas en la relación entre el
costo y la eficiencia. En cambio, en Alemania y Francia no incorporan la
evaluación económica para la aprobación de los tratamientos, sino que se somete
el medicamento a un riguroso análisis de efectividad clínica.
Uno de los organismos con mayor experiencia en esto es el National Institute
for Health and Care Excellence, una agencia británica independiente cuya
misión es calcular la eficacia comparada o relativa de cada medicamento; ellos
vinculan el precio al valor terapéutico y trasladan la carga de la prueba de
eficacia al laboratorio, lo cual los convierte en un actor estratégico en el
proceso de evaluación de la efectividad relativa de nuevos fármacos.
Mirando a quienes están en la vanguardia, el Fondo para Medicamentos contra
el Cáncer del Reino Unido entró en vigor en 2011 como una fuente de
financiación adicional a los aproximadamente 1600 millones de euros que el
National Health Service gasta anualmente en la provisión de fármacos
oncológicos. Un panel nacional compuesto por oncólogos, farmacéuticos y
representantes de los pacientes es el encargado de revisar las indicaciones de
los fármacos que se financian con el presupuesto del Fondo.
El forcejeo existente por los precios de los medicamentos y la falta de
políticas públicas claras hacen que salga perdiendo el paciente y todo el
sistema de salud que responde ante la judicialización de los casos.
El futuro de nuestra salud estará ligado a las nuevas terapias con anticuerpos
monoclonales que no curarán el cáncer, pero permitirán vivir con él. Estamos
ante un nuevo cambio de paradigma: el cáncer se puede convertir en una
enfermedad crónica que no se cura, pero que tampoco mata. Todo un desafío para
los sistemas público y privado de salud, que deberían revisar el sistema de
financiación de tratamientos procurando que la verdadera prioridad sea siempre
el derecho a la vida.
Leído
en Mirada Profesional
No hay comentarios.:
Publicar un comentario