El
farmacólogo Theodor Dringemann lucha por que el precio de los tratamientos no
impida que los pacientes accedan a ellos y defiende los biosimilares como
herramienta para abaratarlos.
Foto: El farmacólogo de la Universidad de Frankfurt Theodor Dingermann defiende
la expansión de los
biosimilares para conseguir fármacos biológicos más asequibles.
Crédito:
Theodor Dingermann.
Con un
smartwach en la muñeca izquierda y
una pulsera Fitbit en la
derecha, nadie diría que Theodor Dingermann tiene ya 67 años. El
farmacólogo de la Universidad de Frankfurt (Alemania) cree que para su edad
"está muy sano". Cada día da un mínimo de 10.000 pasos y controla su dieta, pero
admite que no siempre fue así. El cambio se produjo hace unos años, después de
someterse a una secuenciación
genética de las que ofrece 23andMe. Según sus resultados, su riesgo
de padecer diabetes tipo dos era un 100% superior a la media, y ahí fue cuando
reaccionó.
Desde
entonces ha perdido 10 kilos y confiesa que los lunes casi no come. Y cuando
habla en público no para de moverse, gesticular y sonreír enérgicamente. Así lo
demostró en la conferencia anual de la farmacéutica Boehringer-Ingelheim (BI),
donde acudió como experto externo para defender los beneficios de los fármacos
biosimilares. La compañía ya tiene dos de ellos en la fase III del desarrollo
clínico y espera lanzarlos al mercado lo antes posible.
Como su
nombre indica, los biosimilares son réplicas similares de fármacos biológicos ya
existentes cuya patente ha expirado. Para ser aprobados, la Agencia Europea del
Medicamento les obliga a demostrar que "su seguridad y eficacia" es equivalente
a la del tratamiento de referencia al que imitan. Se trata de una equivalencia
parecida a las de los fármacos químicos convencionales de marca y sus homólogos
genéricos.
Pero
mientras que un genérico de síntesis química, como el ibuprofeno, se desarrolla
en entre tres y cinco años, por un coste de entre uno y cinco millones de
dólares; un biosimilar necesita entre siete y diez años de desarrollo y una
inversión de entre 100 y 200 millones de dólares, según datos de BI. Estas
enormes diferencias se deben a que los fármacos químicos están compuestos de
moléculas estables y relativamente pequeñas. Pero los fármacos biológicos y sus
homólogos biosimilares se componen de moléculas muy grandes y complejas. Una
molécula de ácido acetilsalicílico tiene 21 átomos, frente a los
aproximadamente 25.000 que componen un anticuerpo monoclonal, una molécula capaz
de destruir células que suele emplearse como tratamiento biológico contra el
cáncer.
Los
fármacos biológicos, además, se producen en el interior de células vivas, que
actúan como fábrica. Y su capacidad de producción es mucho más limitada. Por
otra parte, los biofármacos son muy delicados. Dingermann explica que no pueden
guardarse en el armario del baño como un analgésico, sino que deben mantenerse
siempre en frigoríficos para mantener sus propiedades.
Por
todas estas razones, el experto confirma que son "extremadamente caros". Estima
que "un tratamiento biológico para la artritis o la psoriasis cuesta unos 50.000
euros por paciente", y critica que "las compañías pueden pedir ese dinero porque
tienen la patente". Pero en la actualidad, las patentes de varios biofármacos
están a punto de expirar, y algunas farmacéuticas como BI se están preparando
para hacerles la competencia con sus versiones biosimilares.
Pero
durante su charla en la conferencia de Boehringer-Ingelheim, Dingermann no
mencionó ninguno de los productos específicos en los que trabaja la
farmacéutica. Asegura que colabora con un montón de compañías y a todas les dice
lo mismo: "No puedes tenerme en exclusiva porque yo no hablo sobre tu producto
sino sobre los biosimilares en general". Zanjado el tema de la publicidad, el
experto explica su afán por este tipo de fármacos: "Son drogas muy potentes que
podrían estar disponibles para todos los pacientes que las necesitan, pero esta
no es la situación actual". Considera "una vergüenza que haya pacientes muy
enfermos incapaces de acceder a un tratamientoporque no lo pueden pagar". Y
aunque los biosimilares tampoco sean especialmente baratos, asegura que su
irrupción en el mercado "aumentaría la competencia ente empresas", lo que las
obligaría a bajar los precios.
Dingermann cree que "el sistema colapsará sino encontramos alternativas a estos
tratamientos tan caros", y cree que los biosimilares son la mejor propuesta.
Asegura que "cuantas más compañías ofrezcan los mismos biosimilares, más baratos
serán". Considera este hecho "extremadamente importante", ya que reducir sus
precios a la mitad permitiría "tratar al doble de pacientes".
Pero
las bondades que el experto narra sobre los biosimilares no acaban aquí. Explica
que el hecho de que actúen igual que otros tratamientos ya aprobados les permite
pasar por una serie de controles mucho menores, y las empresas "se ahorran un
montón de dinero y tiempo en cosas como los ensayos clínicos". Además, el hecho
de que estén obligados a funcionar de forma equivalente a sus homólogos de
referencia aporta otra ventaja. Dingerman explica: "Las compañías ya no pueden
decirle a un médico que recete su marca por ser mejor, porque no lo es,
simplemente es similar a la original".
Medicina estratificada
Ya sea
mediante biosimilares, genéricos o nuevos medicamentos, la filosofía de
Dingermann siempre es la misma: "ofrecer tratamientos a los pacientes que
sufren". Y una de las mejores estrategias para ello es la medicina
personalizada, aunque el experto matiza que el término tiende a
"malinterpretarse". No se trata de que se diseñe un tratamiento para cada
paciente, algo que "está en una fase totalmente experimental". A corto plazo,
defiende la medicina estratificada, en la que se crean distintos tratamientos
para distintos grupos de personas.
Cada
tratamiento debería tener tres versiones, una para los que responden a la
fórmula original, otra para los que no responden a ella, y una última para los
que reaccionan de forma adversa. Los resultados finales serían "tres tipos de
ibuprofeno, tres tipos de ácido acetilsalicílico y tres tipos de vacunas, una
para cada grupo de pacientes", detalla.
Foto: Interior
de las instalaciones de la planta de biofármacos de Boehringer-Ingelheim en
Biberach (Alemania). Crédito: Boehringer-Ingelheim.
Para
conseguir distintas versiones de un mismo fármaco, la industria debe estar
preparada para probar distintos procesos y escalas de producción. Pero en la
planta de biosimilares de Boehringer-Ingelheim en Biberach (Alemania), en la que
la compañía ha invertido más de 300 millones de euros desde 1986, la capacidad
de los biorreactores de producción oscila entre 100 litros y 2.000 litros, unos
volúmenes que dejan pocas opciones para pruebas a pequeña escala.
Pero
Dingermann asegura que entre los planes de la compañía sí está la medicina
personalizada. Así lo demuestra su adquisición a General Electric de una serie
de bolsas de plástico más pequeñas a modo de biorreactores que permitirían
probar nuevos enfoques y tratamientos a menor escala.
Pero
para el experto, la responsabilidad de la salud no recae solo en la industria
farmacéutica. Son las propias personas "las que deben mantenerse sanas el mayor
tiempo posible, en lugar de confiar únicamente en la medicina", afirma. Por eso,
él monitoriza su salud cada día y cree que el uso de dispositivos como los que
él lleva será la tendencia que se asiente, sobre todo entre los jóvenes.
Eso sí,
aunque afirma que secuenciar su genoma ha sido "una experiencia increíble" para
él, es más cauto a la hora de que todo el mundo lo haga. Dingermann explica: "Si
crees que al descubrir que padeces un riesgo empezarás a preocuparte demasiado,
no deberías hacerlo". Pero en su caso parece que han sido todo ventajas, sobre
todo cuando recuerda que la prueba de ADN de su hijo, de ojos azules, confirmó
que este color era posible a pesar que tanto los de él como los de su mujer son
marrones. Dingermann concluye: "Tardé 25 años en confirmarlo, pero me quedé
mucho más tranquilo".
Fuente:
Technology Review
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