El equipo de la investigadora Els
Torreele crea un fármaco contra una enfermedad olvidada al margen de la
industria farmacéutica.
Hay historias grandiosas y
trascendentales que, sin embargo, pasan por debajo del radar de los medios de
comunicación y de la sociedad entera. Esta es una de esas historias. Su
protagonista es Els Torreele, una mujer belga de 51 años, ojos vivos y sonrisa
contagiosa. La mejor manera de presentarla es situarla en su contexto laboral.
Hace poco más de tres años, el tiburón financiero Martin Shkreli fue bautizado
por la prensa internacional como “el hombre más odiado de EE UU”, tras decidir
multiplicar por 55 el precio de un fármaco antiparasitario de la noche de la
mañana.
El medicamento, Daraprim, vital
para algunos enfermos debilitados por el virus del sida, pasó de costar 13,5
dólares a 750.
Hoy, Shkreli está en la cárcel por estafa. Y nuestra protagonista está en el
otro lado del ring.
Desarrollar
un fármaco cuesta 2.600 millones de dólares según la industria, pero el
fexinidazol ha requerido solo 55 millones de euros
Torreele dirige la campaña de
acceso a medicamentos esenciales de Médicos Sin Fronteras.
Se sabe de memoria los últimos escándalos en la industria farmacéutica, como
el lanzamiento de Glivec, un tratamiento revolucionario contra un tipo de
leucemia que apareció en 2001 con un precio de 23.000 euros y que acabó costando casi 70.000 por decisión de su fabricante,
la multinacional suiza Novartis.
Torreele también recuerda la subida en bloque por parte de Pfizer del precio de más
de un centenar de sus medicamentos clásicos en 2015. Y la rebelión de los
gobiernos europeos contra la estrategia del laboratorio estadounidense Gilead
de fijar un precio de 60.000 euros para su medicamento Sovaldi,
esencial contra la hepatitis C.
Las farmacéuticas suelen
justificar sus precios más disparatados argumentando que el desarrollo de un
fármaco cuesta unos 2.600 millones de dólares, según calculó un estudio de la
Universidad Tufts, en Boston (EE UU). Hace ya 16 años, Torreele ayudó a fundar
la Iniciativa Medicamentos para Enfermedades Olvidadas (DNDi, por sus siglas en
inglés), una organización sin ánimo de lucro que trabaja para encontrar nuevos
tratamientos contra las enfermedades desatendidas, que afectan a más de 1.000 millones de personas en el mundo. “Queríamos
demostrar que otra manera de hacer I+D es posible y que desarrollar un fármaco
no cuesta 2.600 millones de dólares como dicen las farmacéuticas”, dispara la biotecnóloga
belga.
Victor Kande,
responsable de los ensayos clínicos, en Lwano (República Democrática del
Congo). XAVIER VAHED/DNDI
La demostración ha llegado y se
llama fexinidazol. Es el primer tratamiento oral para la llamada enfermedad del
sueño, una infección transmitida por moscas tsetsé y causada por parásitos que
inflaman el cerebro. Sin medicación, los afectados enloquecen y acaban
muriendo. “Es la primera vez que somos capaces de desarrollar un fármaco desde
el descubrimiento de la entidad química hasta llegar al paciente”, celebra
Torreele. La DNDi ha invertido 55 millones de euros en el desarrollo del
fexinidazol. “Todo el mundo puede ver que es una cifra muy diferente a la que
pregona la industria farmacéutica”.
"El
acceso a las medicinas ya no es un problema de los pobres. Es un problema para
todos", alerta Els Torreele
La OMS calcula que el número real
de casos de la enfermedad del sueño es inferior a 20.000, concentrados en aldeas remotas de República
Democrática del Congo y República Centroafricana. Los pacientes son los más
pobres entre los más pobres. “Nadie va a comprar el fármaco. Estos pacientes no
son un mercado lo suficientemente lucrativo como para que las empresas
inviertan en ellos”, lamenta Torreele.
De hecho, recuerda la científica,
la actividad antiparasitaria del fexinidazol ya fue investigada en la década de
1970 por la farmacéutica alemana Hoechst, hoy integrada en Sanofi, pero el
desarrollo se abandonó pronto por la falta de rentabilidad, según Torreele. “El
objetivo de las farmacéuticas es vender la mayor cantidad posible de fármacos a
quien pueda pagarlos. Ignoran a los pobres. Pueden tener un poco de responsabilidad
social corporativa, pero creo que hasta sus líderes reconocerán que su
responsabilidad no es solucionar la pobreza en el mundo. Desarrollan fármacos
para clientes, no para personas que necesitan los fármacos”, argumenta la
belga.
El
equipo de Torreele peinó la literatura científica del último medio siglo en
busca de moléculas prometedoras pero abandonadas. Encontraron unos 500
compuestos, contactaron con los investigadores si seguían vivos, consultaron
viejos documentos ya olvidados y en 2007 comenzaron las pruebas en ratas y
perros con la sustancia más sobresaliente: el fexinidazol. En 2010,
publicaron sus primeros resultados. “No recibimos ninguna atención de la
comunidad científica. Resucitar una vieja molécula no es ciencia sexy”, señala
Torreele. Sin embargo, hace poco más de tres meses, la Agencia Europea de
Medicamentos recomendó el fexinidazol para el tratamiento de la letal
enfermedad del sueño. Y, este mes de febrero, el fármaco ha llegado a África.
Siete países europeos, incluida
España, y donantes privados, como la Fundación Bill y Melinda Gates y Médicos
Sin Fronteras, han sufragado los 55 millones de euros del proyecto. La
farmacéutica francesa Sanofi —con unos beneficios el año pasado de más de 6.800 millones de euros— fabricará y donará el
fexinidazol, que está libre de patente. “Creo que es posible hacer todo el
proceso al margen de las grandes farmacéuticas, pero alguien tendrá que
fabricar el fármaco”, expone Torreele, que calcula que la contribución de
Sanofi será de 13 millones de euros.
El fexinidazol puede ser un punto
de inflexión en la historia de los medicamentos. “Los gobiernos están
despertándose. Cada vez son más conscientes de que ya no podemos pagar los
altos precios de los fármacos que presentan las farmacéuticas. Ahora son 10 o
100 veces más caros que hace una década, sin ninguna razón más allá de que las
empresas saben que pueden sacar más dinero de nosotros”, opina Torreele. “El
acceso a las medicinas ya no es un problema de los pobres. Es un problema para
todos”.
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