La Organización Mundial de la Salud cumplía ayer 69 años, y por eso quizás sea
un momento apropiado para contar como han sido los primeros meses de mi trabajo
como ‘consultor’ en la unidad global de prevención y control de infecciones, en
la sede de Ginebra.
Aunque quizás parezca un poco sorprendente, la OMS no
contaba con una unidad dedicada específicamente a las infecciones nosocomiales y
las diversas áreas relacionadas, aunque su labor en la higiene de manos, las
infecciones perioperativas o el uso seguro de inyectables sea por todos
conocida. Es a partir de la reciente respuesta a la pandemia de virus de Ébola
que se considera necesario el establecer un grupo estable, internacional y
multidisciplinar de profesionales expertos que lideren y faciliten campañas y
acciones contra todo tipo de infecciones tradicionales y emergentes.
Así es que tras un encuentro fortuito con Benedetta
Allegranzi, la gerente de dicho grupo, tengo la oportunidad de optar
a un puesto de consultor para, entre otras tareas, liderar el desarrollo de uno
de los módulos formativos avanzados integrados en las recién terminadas
Competencias Fundamentales en Prevención y Control de Infecciones. Estaría a
cargo del módulo ‘Liderazgo y Gestión’, para formar y capacitar a todas aquellas
personas, principalmente en países de renta baja y media, desempeñando labores
de punto focal (‘focal point’) nacional en control de infecciones. Además
del contenido didáctico, también me encargaría de la implantación,
monitorización y evaluación del módulo y su impacto, de colaborar en el
desarrollo del módulo dedicado a uso prudente de antimicrobianos, y de ofrecer
apoyo técnico a diferentes documentos relacionados con la ergonomía y la
implementación de intervenciones y campañas. Al poco me daría cuenta de lo fácil
que sería verme envuelto en otros proyectos, documentos, reuniones, etc…
Tras solventar no demasiadas trabas burocráticas y con el apoyo total de mi
centro en Londres (Imperial
College London)
pude incorporarme a tiempo parcial en Enero de este año. La verdad es que una
vez baje del autobús número 5 y empecé a caminar hacia el edificio, estaba algo
nervioso. Aunque conocía a la mayoría de compañeros de otras actividades o
congresos, el pensar en que estaba entrando en la OMS como trabajador seguía
siendo un poco chocante para mí. También es cierto que todavía no me había
acostumbrado a un mundo en francés, al trasiego constante entre Londres y
Ginebra, las costumbres de una ciudad menos bulliciosa que Londres, etc. Desde
enero por tanto ha sido un proceso continuo de aprendizaje y equivocaciones y
satisfacciones y trabajo intenso, participando en reuniones, desarrollando guías
de práctica clínica o documentos que pueden acabar dando forma a las políticas
sanitarias de muchos países, con las implicaciones sociosanitarias (¡y
presupuestarias!) que dicha adaptación conlleva. El aprendizaje acerca de la
propia estructura de la OMS,
y las diferentes culturas dentro de ella también ha sido muy esclarecedor,
incluyendo el siempre difícil equilibrio entre los dictados de la evidencia, las
limitaciones impuestas por la política y las realidades en cada país. Quizás ese
sea uno de los escollos más difíciles de salvar, el proponer medidas o
intervenciones que puedan (con mayor o menor esfuerzo) poder ser implementadas
tanto en un país como en otro.
Gracias al contacto diario con docenas de expertos puedo saber de proyectos
fantásticos en los que las enfermeras tienen un papel fundamental, liderando la
atención sociosanitaria en países con condiciones durísimas. Y eso me llena de
satisfacción, por qué no decirlo. Y me ofrece alguna perspectiva que quizás
algún día escriba sobre lo provinciano de hablar acerca de ‘la mejor
enfermería del mundo’. Aunque es otro sitio en el que no se estila el
preguntar por la formación o empleos previos de los compañeros, trabajadores e
interlocutores, no he encontrado demasiadas enfermeras (¡lo cual no ha de ser ni
bueno ni malo, ojo!). Por otro lado, también es cierto que la preponderancia de
profesionales médicos en muchas de las reuniones asegura que a veces sea algo
difícil escapar de modelos algo tradicionales sobre la salud, la enfermedad, los
servicios sanitarios, o el papel que las propias enfermeras, u otros
trabajadores del equipo sociosanitario, pueden desempeñar. Supongo que es
comprensible.
Por último, y al igual que en otros trabajos que he tenido, la sensación
constante de que todos los puestos, formación, experiencia, habilidades,
vivencias previas pueden en un momento determinado ser muy útiles para poder
conversar, trabajar y negociar con personas de diferentes culturas, tradiciones
y profesiones. Una lástima, quizás, que en general tendamos a valorar mucho más
las destrezas ‘técnicas’ y no la capacidad de trabajar a caballo entre
disciplinas, o niveles asistenciales, o pensando en cómo comunicarnos
adecuadamente con enviados ministeriales o expertos técnicos. Por la oportunidad
de seguir mejorando mis destrezas en estas áreas, sigo mirando el calendario con
ilusión para ver cuando me toca volver a Ginebra.
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