Hace más de dos décadas el hospital público transita un constante deterioro:
falta de insumos, atraso de infraestructura, designaciones informales y
escenario conflictivo. Una lista de aspectos negativos paraliza a los
trabajadores que lo viven con incertidumbre y desmotivación: aumento de
demanda no planificada, pacientes agresivos, bajos salarios, pérdida de
personal calificado, etc. La atención ambulatoria no se programa: los
pacientes hacen cola desde la madrugada, para ser atendidos entre las 8 y
las 12. Los médicos se concentran en la mañana, hay uso excesivo del
servicio de Emergencias para patologías no urgentes.
Foto
de Horacio Cardo
Una
trama de intereses “congeló” su actualización transformándolos en el modelo
más acabado de decrepitud administrativa, por el abandono de una gestión
profesional y sensata, mientras se construyen nuevos sin plan director y
graves problemas para armar planteles.
No
logramos construir un Estado prestador eficiente de servicios esenciales, y
ha llegado el tiempo de decisiones valientes y transparentes para el futuro
del hospital desplazado de la sincronía de la realidad por gestiones
encantadas con el oxímoron de un fracaso atenuado que no genere quejas
públicas con impacto político, y ser más funcionales al marketing electoral
que a los pacientes y la comunidad. El desafío no es el equipamiento o la
estructura edilicia, sino la gestión profesional y eficiencia social. Tarea
titánica será sacar al recurso humano de la letanía en que se halla, que
parece no tener salida, generando una mística renovada por el compromiso
social. Esa transformación implica liderazgo, pensamiento a largo plazo y
modificar relaciones con la comunidad que sirven.
Dejar de reclutar personal con lógica de ofrecer bajo salario a cambio de
bajo nivel de exigencia. Se termina desalentando a gente talentosa que se
sacrifica, y cobra lo mismo que el que se aprovecha de “flexibilidades” para
evadir su compromiso, y es arrasada por la lógica de la mediocridad, que
estimula al que menos hace. La recuperación del orgullo y pasión por el
servicio público debe asegurar: equidad en calidad, acceso y oportunidad,
satisfacción de los usuarios y del equipo de salud, volviendo a poner a
estas personas en el sitio de prestigio social y respeto que antiguamente
ocuparon.
El
Hospital Posadas es muestra palmaria de esa situación. A pesar del prestigio
de sus profesionales, es un hospital ineficaz, ineficiente, conflictivo, sin
proyecto de gestión, con sindicatos hipertróficos, politizados e informática
arcaica. Su colonización política en los últimos años lo llevó a tener más
de 5000 agentes cuando necesita según norma internacional unos 2000, y
contar con un presupuesto que hace al costo de sus prácticas el doble de un
servicio privado de máximo nivel en calidad y confort. Los presuntos
sabotajes y conflictos son parte del descalabro crónico, que alteró
prioridades: algunos trabajadores creen su caso más grave que el de los
pacientes, y para ser atendidos cortan la atención como una calle, sin tomar
conciencia de que un incumplimiento de sus obligaciones perjudica
principalmente a los más pobres, que tienen como única alternativa el
hospital público que dicen defender.
Mientras, la resignación se instala en los ciudadanos respecto a la calidad
del servicio público de salud; se pierde la confianza de que las
instituciones del Estado puedan prestar los servicios para los cuales fueron
concebidas. El que puede se repliega en el ámbito privado y aleja del
público. Los funcionarios parecen admitir que los servicios que administran
no son buenos porque eligen los privados. Los que no tienen opción quedan
rehenes de un Estado mediocre que los atiende como expresión de caridad, y
sufren cada día, su fracaso e ineficiencia para brindar servicios de salud
con hospitales que existen y cuestan mucho dinero a la sociedad (ausente
implicaría su falta, pero están y no funcionan como la sociedad pretende).
El
hospital, que a todos debiera enorgullecernos, es el capaz de acoger a
cualquier ciudadano, independientemente de su nivel de ingresos, no el
actual, que termina empujando a los que pueden pagarla, hacia la medicina
privada y se transforma en un pobre hospital que solo cobija a los más
desprotegidos que solo tienen acceso a colas incomodas, demoras
interminables, salas de espera degradadas y asistencia magra. Hospital de
pobre gente pobre, decisión política, que los priva diariamente de derechos
elementales. Los cambios deben iniciarse con la inequívoca decisión de
alcanzar un sistema de salud equitativo: entender que la misión del hospital
público no es atender a habitantes carenciados, sino a todos, y abandonar la
peregrina idea de que se lo defiende amotinándose dentro de el para que nada
cambie, así solo lograremos que se imponga el mercado, que se dice combatir
y se habrá extraviado para siempre el proyecto de construir una vida en
comunidad y solidaridad.
Por Rubén Torres
Médico sanitarista.
Ex-
Superintendente de servicios de salud
Leído
en Diario Clarín.
1 comentario:
Creo que es muy acertado su articulo. El hospital público no es el hospital de la pobreza sino el hospital de los ciudadanos y para estos y en función de estos es que debe servir. Detrás de todo esto hay problemas de concepción algo así como que "si es gratis confórmate con lo que te damos; también hay problemas de mala administración de los recursos y de burocratismo carga que le viene dada por su dependencia de la administración pública y finalmente hay una situación de conformismo por parte de quien acude a la institución pues casi como que asume una cultura de normalidad para lo que de ninguna forma debe aceptarse como tal. La mediocridad no debe ser el modo natural de la gestión pública sino la excelencia como servidor, que debe ser su papel.
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