En medicina, ante cualquier fenómeno —sea orgánico o anímico—, los científicos se hacen dos preguntas esenciales: ¿Cuál es la causa? (la etiopatogenia) y ¿Cuál es el mecanismo íntimo que lo produce? (la fisiopatología). Solo cuando comprenden ambas pueden diseñar un tratamiento eficaz. Pues bien, en Gestión Por Procesos (BPM) deberíamos aplicar exactamente el mismo principio.
Cada vez que un proceso muestra
síntomas —retrasos, errores, ineficiencia o mala experiencia del cliente—, la
reacción más común es intentar aliviar el síntoma. Se cambian tareas, se añaden
controles o se implementa un nuevo software. Pero, como bien sabemos los que
vivimos el BPM desde dentro, el síntoma nunca es el problema, solo la
manifestación visible de algo más profundo.
La etiopatogenia de un proceso disfuncional reside en sus causas estructurales y culturales. Puede que la organización esté mal alineada, que los roles no estén claramente definidos, que los sistemas no se comuniquen entre sí o que las decisiones críticas carezcan de dueño. Cada una de estas causas genera una “patología organizativa” que impide que el proceso fluya con naturalidad. En medicina, este sería el momento del diagnóstico clínico. En BPM, es el momento del diagnóstico de madurez: entender las condiciones que han llevado al proceso a enfermar y determinar hasta qué punto la organización está preparada para su curación.
Después llega el estudio de la fisiopatología
del proceso, es decir, cómo se manifiesta la enfermedad dentro del
sistema. Aquí ya no buscamos solo la causa, sino cómo esa causa se traduce
en una disfunción concreta dentro del workflow (flujo de trabajo). Este
análisis exige sumergirse en la dinámica interna del proceso: detectar los
puntos donde se pierde valor, los cuellos de botella que ralentizan el flujo o
las reglas que generan bloqueos. Herramientas como el modelado BPMN, el
análisis de valor, la minería de procesos y, cada vez más, la inteligencia
artificial analítica, nos permiten visualizar este comportamiento interno con
una precisión antes impensable. Comprender la fisiopatología de un proceso es,
en definitiva, entender su metabolismo operativo: cómo circula la información,
cómo se transforma el valor y dónde se acumulan las toxinas del desperdicio y
la ineficiencia.
Cuando se aplica correctamente,
la Gestión Por Procesos no es administración. Es ciencia aplicada al
comportamiento organizativo. BPM es la medicina de la empresa: la disciplina
que observa, diagnostica, trata y previene las disfunciones que afectan al rendimiento
global de la organización. Un buen gestor por procesos actúa, por tanto, como
un médico organizacional: observa el síntoma (la ineficiencia), identifica la
causa raíz (la etiopatogenia), analiza el mecanismo interno (la fisiopatología)
y diseña el tratamiento adecuado (rediseño, automatización o cambio cultural).
Es la aplicación directa del método científico al management. Nada de
improvisar. Nada de soluciones cosméticas. Solo evidencia, análisis y
decisiones basadas en datos.
La medicina ha evolucionado hacia
la medicina de precisión gracias a la inteligencia artificial, y la Gestión
Por Procesos con IA avanza en la misma dirección: hacia la organización
de precisión. Hoy podemos detectar causas ocultas, predecir fallos antes de
que ocurran y prescribir acciones de mejora automáticas. La IA amplía nuestra
capacidad de observación y convierte los datos en conocimiento operativo. Sin
embargo, la inteligencia artificial no sustituye el juicio clínico del
gestor por procesos. Porque entender qué curar, por qué curarlo y
cómo hacerlo sin dañar el sistema sigue siendo una competencia profundamente
humana. La IA puede diagnosticar, incluso sugerir tratamientos, pero la
decisión final —el acto clínico del liderazgo de procesos— requiere criterio,
ética y visión.
Si la medicina estudia la
vida del cuerpo, la Gestión Por Procesos estudia la vida de la organización.
Ambas disciplinas comparten un
mismo propósito: mantener el sistema vivo, saludable y capaz de adaptarse.
Comprender la etiopatogenia y la fisiopatología de los procesos no es un
ejercicio académico, es una necesidad estratégica. Es el primer paso para evolucionar
desde la gestión reactiva hacia una gestión científica e inteligente, donde
cada decisión mejora el bienestar operativo del organismo empresarial. En este
contexto, la IA se convierte en el mejor “diagnóstico asistido”: detecta,
predice y simula, pero el gestor por procesos —como buen médico organizacional—
sigue siendo quien sabe dónde intervenir, cuándo hacerlo y cómo evitar que el
remedio sea peor que la enfermedad.
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