Los microbios que portan los enfermos al ingresar se adueñan de la habitación en
apenas un día.
El
23 de febrero de 2013 abría sus puertas el nuevo pabellón del hospital de la
Universidad de Chicago (EE UU). Era también el estreno oficial de una
investigación que había arrancado dos meses antes, cuando aún estaban terminando
las obras.
Se trata del proyecto Hospital
Microbiome, un ambicioso intento de saber qué bacterias hay
en un centro hospitalario, cómo llegan hasta él, la evolución del ecosistema
microbiano con el ir y venir de los pacientes o la presencia de patógenos
resistentes. Algunos de sus primeros resultados, publicados ahora, son
sorprendentes.
A pesar de su imagen aséptica, los hospitales son un inmenso planeta bacteriano.
Hay países donde es más fácil pillar una infección en el hospital que en la
calle y no hay que irse al África subsahariana. En EE UU, por ejemplo, se
producen unos 1,7
millones de infecciones hospitalarias frente a los 1,5 millones de
casos registrados por los Centros
para el Control y Prevención de enfermedades (CDC) fuera de ellos. En
España, seis de cada 100 que ingresan en un centro hospitalario salen con una
infección que no tenían cuando entraron, según el último informe de la Sociedad
Española de Medicina Preventiva, Salud Pública e Higiene.
"Cada paciente libera 37 millones de microbios en su entorno a la hora", dice el
responsable del grupo de ecología microbiana del Laboratorio Nacional Argonne,
el principal centro público de investigación de EE UU, Jack Gilbert. Este
profesor de cirugía de la Universidad de Chicago, junto a una decena de colegas,
está detrás del proyecto Hospital Microbiome. Tuvieron la rara oportunidad de
estudiar el ecosistema del nuevo hospital ya desde su diseño. Durante la
construcción se instalaron sensores biológicos en las salidas del aire
acondicionado, de humedad, temperatura y luz en cada habitación, sensores de
proximidad en las habitaciones, de presión...
"Cada paciente libera 37 millones de microbios en su entorno a la hora"
JACK GILBERT, MICROBIÓLOGO DEL LABORATORIO NACIONAL ARGONNE DE EE UU
Lo primero que comprobaron es que un hospital en obras no tiene las mismas
bacterias que uno operativo. Según publican en Science
Translational Medicine, encontraron dos géneros bacterianos
predominantes, Acinetobacter y Pseudomonas, en las muestras que tomaron antes de
la apertura. Pero el escenario cambió tras la inauguración. Aquella flora fue
rápidamente reemplazada por bacterias de géneros como las Corynebacterium,
Staphylococcus y Streptococcus, todas muy abundantes en la piel humana.
De las 10.000 muestras que tomaron en los 10 meses siguientes a la apertura del
hospital, encontraron bacterias en 6.500. En las 10 habitaciones estudiadas, los
puntos con mayor abundancia y diversidad bacteriana eran, aparte de los propios
humanos, las barandillas de las camas y los grifos del baño. En los puestos de
enfermería, el mostrador, el reposabrazos de las sillas y el ratón del ordenador
destacaban como refugios de vida microbiana. Y eso que son estancias que se
limpian a conciencia con lejía y amoniaco a diario.
Uno de los datos más relevantes del trabajo es la preponderancia de la flora
humana microbiana sobre la ambiental. Al ingresar, el paciente recibe un aluvión
de bacterias presentes en el suelo y paredes de la habitación y las muestras de
su piel, nariz y axilas confirman una especie de invasión bacteriana. "Al
segundo día de estancia, la ruta de transmisión microbiana se invierte. En 24
horas el microbioma del paciente se adueña del espacio hospitalario", comenta
Gilbert.
Otro de los datos del estudio es que, a pesar de sus batas blancas (o quizá por
ellas), "el personal médico transfiere más microbios al paciente que al revés",
sostiene el microbiólogo estadounidense. "La mayoría llevan guantes y
mascarillas, pero introducen los microbios en la habitación en sus ropas, de ahí
a la piel expuesta y estos microorganismos pueden colonizar a un paciente",
añade. En 2015, un
informe sobre hospitales españoles reveló que las batas y uniformes
de los sanitarios podían portar hasta 80 tipos de bacterias diferentes.
Por fortuna, la inmensa mayoría de estas bacterias son benignas, comensales que
viven en el cuerpo humano sin dañar a su huésped o, directamente beneficiosas
para su salud. Pero el estudio en el flamante hospital de la Universidad de
Chicago también muestra un dato potencialmente peligroso: con el paso del
tiempo, pueden aparecer cepas bacterianas resistentes. De hecho, comprobaron un
claro aumento de genes que expresan resistencia a los antibióticos en las
muestras tomadas a medida que pasaban los días. Es como si el entorno
hospitalario favoreciera, en una especie de selección artificial, las cepas
mejor adaptadas.
Leído en El País
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